UNA VOZ ANTIGUA...
Félix Luna: siempre volviendo a la tierra de sus mayores
Por Marcela Mercado Luna
Si bien La Rioja ha estado siempre entre las inquietudes históricas, literarias, y aun musicales de Félix Luna, es de hacer notar que, en los últimos dos años, el reconocido escritor ha dado muestras de profundización en la búsqueda de sus propias raíces, al focalizar la mira en los orígenes y la actuación de muchos de sus ancestros.
Ferias del Libro La Rioja 2003 y 2004
Tal vez sin ser advertido por el gran público, este retorno a las raíces no ha pasado desapercibido en estos pagos donde —especialmente en las dos últimas ediciones de la Feria Provincial del Libro— los riojanos hemos sido testigos de algunos trabajos que así lo demuestran. Ya en el 2003, fuimos los privilegiados receptores de la magnífica conferencia sobre Pelagio B. Luna (tío del historiador), que pronunciara Félix en el marco de la mencionada feria; conferencia de la que, lamentablemente, no quedó registro alguno, por no haber sido grabada y porque el disertante hizo su exposición basándose en un simple boceto de los temas a tocar. Pelagio B. Luna: Retrato de un político riojano era el título de aquella memorable ponencia.
Un año más tarde, en la Feria 2004, se presentaba su libro Temas de historia de La Rioja colonial, una recopilación de crónicas y artículos sobre la temática expresada en el título, que habían aparecido en publicaciones especializadas anteriores. En ese trabajo —editado en esta ciudad por la Agencia Provincial de Cultura— Felix Luna afirma que su interés por la historia de La Rioja ha sido permanente, debido a la necesidad, entre otras cosas de “saber las andanzas de los hombres y mujeres de mi sangre, que habían estado enraizados en los avatares locales desde la remota época de la conquista...” Cabe destacar que, en el capítulo Retrato de un Guerreo del Tucumán, el historiador rescata el relato (publicado años atrás en el diario La Opinión y en el Nº 46 de la revista de la Academia Nacional de Historia) de las vicisitudes del primer Luna radicado en suelo riojano, Don Gregorio Gutierre de Luna y Cárdenas; y no será ésta la última vez que Don Gregorio habite páginas escritas por su descendiente.
La saga de los Luna
Esta suerte de búsqueda de raíces que señalamos, acaso se vea en cierto modo coronada con un pequeño libro de muy reciente aparición (octubre de 2004): Los Luna. Apuntes para mis descendientes(*). Se trata de una edición limitada, no disponible para la venta, que se distribuyó entre allegados y familiares del autor, quien se dedica aquí a rastrear la trayectoria de los Luna, empezando por el primero que adoptó ese apellido en el viejo mundo (allá por el año 1095): el aragonés Don Bacalla o Bacahala, quien comienza a usarlo a partir de la toma de la Villa de los Luna, arrebatada a los moros, y cuyos descendientes incorporaron la luna en menguante como uno de los símbolos distintivos de su escudo de armas, el mismo escudo con el que don Gregorio Gutierre de Luna y Cárdenas, sella su testamento en La Rioja, en 1676.
Claro que expresado así, con nombres y fechas remotas, podemos llegar a dar una idea errada del libro que está muy lejos de ser un mero rastreo de ascendencias y descendencias generacionales. Por el contrario, sus páginas se leen con placer y rapidez; porque está planteado como un rompecabezas que va dispersando piezas a lo largo del texto, probando su correlación, haciéndolas encajar perfectamente en muchos casos, y en otros, dejando el espacio en blanco para ser llenado por el sentido común, la imaginación o algún documento que pudiera venir a reafirmar las hipótesis diseñadas.
Pero no sólo la trama narrativa confiere amenidad al libro sino también ese registro desacartonado y familiar que eligió el autor para dirigirse a sus descendientes, porque el libro está dedicado a ellos: a sus nietos (tres hasta el momento, cuya foto luce en la contratapa) y también a “biznietos y demás fauna desconocida” quienes —se esperanza el abuelo en su dedicatoria— se interesen tal vez “por hechos y personas que de alguna manera tienen que ver con ellos”. Este lenguaje familiar se hace por momentos humorístico en la valoración irónica de ciertas acciones narradas, y se tiñe, las más de las veces, de ternura, en la evocación del padre y en esa permanente referencia a los “queridos descendientes”.
Este no es un libro de genealogía. Es mucho más que eso: es historia y es también arte. Difícilmente, los libros de genealogías tengan la frescura y la amenidad de éste, que no por desacartonada descuida el rigor del dato documental, sino que, por el contrario, lo reverencia, y además, lo encara con profunda honestidad intelectual cuando separa, frente a los documentos existentes, las deducciones de los anhelos y cuando señala las posibles respuestas a los enigmas planteados por algún bache de la documentación. Además, difícilmente un libro de genealogía pueda presumir de ilustraciones tan ajustadas al tema ni de tan pintorescos retratos: nadie duda de la sangre Luna que corre por las venas de esos ancestros tan hábilmente ilustrados por la mano del propio autor: todos de nariz prominente y anteojitos.
Finalmente, en el caso de esta lectora —Luna también, al fin y al cabo— se suma el valor agregado de saberse deudora al menos del buen don Bacahalla; y soñarse —por qué no— prolongación de alguno de los muchos personajes (la mayoría buena gente y honorable) que pueblan estas páginas.
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(*) Este libro puede ser consultado en la Biblioteca Mariano Moreno.
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