miércoles, 22 de marzo de 2006

GAJOS DE VOCES HACHADAS

Dos  de los nuestros integran esta antología nacional: Ana María Lanzillotto y Enrique Angellelli, desaparecida la primera; asesinado el segundo; ambos, víctimas del terrorismo de estado.

Título: Palabra viva
Autores: varios
Editorial: S.E.A.

Poca difusión ha tenido en nuestra provincia el libro “Palabra Viva”, una antología que recoge textos de autores asesinados por el terrorismo de estado durante la última dictadura militar.
Los escritores que integran este volumen tienen diferente trascendencia en cuanto a su reconocimiento como tales. Así, junto a algunos renombrados y prolíficos, como Rodolfo Walsh o Haroldo Conti, se encuentran otros que recién comenzaban a publicar o que nunca alcanzaron a hacerlo, hombres y mujeres –muy jóvenes algunos– que dejaron unos pocos textos manuscritos: un poema, un relato, alguna carta...

Esta antología reviste especial importancia para nuestra provincia, no sólo por la trascendencia que la obra en sí tiene en la construcción de la memoria colectiva, sino también –y muy especialmente–  porque hay en ella dos riojanos, o para ser precisos, una riojana y un riojano adoptivo. Me estoy refiriendo a Ana María Lanzillotto y a Enrique Angellelli, desaparecida la primera; asesinado el segundo; ambos, víctimas del terrorismo de estado de la década del setenta.
Acaso los poemas del obispo mártir hayan tenido mayor difusión, debido a que circularon y circulan entre la gente que adhiere a su testimonio y pastoral. Además, los mismos se editaron, poco tiempo después de su asesinato, bajo el título “Encuentro y mensaje”: un pequeño libro que muchos riojanos conservan aún en sus hogares.
De la actividad literaria de Ana María Lanzilloto, en cambio, no teníamos casi noticias. Ella editó en vida, según lo afirma su hermana Alba Rosa, un cuadernillo de poesía, pero ni siquiera la familia cuenta con un ejemplar de esa publicación, realizada en Tucumán. Su escasa producción impresa se había vuelto ausencia, como ella misma. De ahí que los poemas incluidos en “Palabra viva” constituyan un invalorable aporte para las letras riojanas.
Los poemas de Angelelli transparentan la profunda compenetración del Obispo con el suelo riojano y su gente: hablan del cerro, del cardón, la chaya, de sus “hermanos,/ negros o blancos,/ pobre, rico o marginado”, nombran con dulzura a la “Rioja querendona”…
La poesía de Ana María Lanzillotto, por su parte, es de una exquisitez y una hondura humana admirables, lo que conmueve profundamente aunque no sorprende, ya que provenía de una familia de notables poetas: sus dos hermanos, Carlos Alberto y Carlos Mario integraron, como se sabe, el grupo Calíbar. Su padre, Nicolás, fue también escritor. Entre los textos de Ana María se encuentra un extraordinario retrato de su hermana melliza, Tina, otra vida joven, truncada en los campos de concentración del Proceso.
El espíritu libre de la poeta no parece encajar en el mundo circundante: “estoy de más en el mecanismo complicado de este país hostil/ que me presta la última ternura/ justo al abrirse mi esperanza.”
“Me voy hacia el olvido”, declara Ana María. En esto se equivocaba. Hubo –después de su dolor– madres, hermanos y hermanas, hijos, compañeros, amigos, y un pueblo que dijo no para siempre al olvido.
Testimonio contundente de memoria es esta antología, que no sólo recoge textos de 71 autores, junto a una breve reseña biográfica de los mismos, sino que, además, completa el cuadro con los datos de otros 32, cuya obra no pudo ser encontrada.
La recopilación estuvo a cargo de SEA (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina) y la edición fue posible gracias al aporte de CoNaBiP (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares).
El libro puede ser consultado en la Biblioteca Mariano Moreno y en todas las bibliotecas populares del país.


Marcela Mercado Luna

lunes, 20 de marzo de 2006

GOLPE Y LITERATURA: PAOLETTI

CUANDO LA FICCIÓN NOS SUMERGE EN LA HISTORIA
Por Marcela Mercado Luna

Si la verdad de la Historia reposa en la fidelidad a las fechas y los nombres, la verdad del arte se levanta sobre el cimiento de la naturaleza humana misma; y un buen novelista puede reflejar una época con tanta o mayor credibilidad que el más pintado de los historiadores. En estos días de mucha memoria, a treinta años del más negro capítulo de la historia argentina, cuando, felizmente, desde todos los ámbitos (oficiales y no oficiales) se promueven actividades destinadas a ilustrar a las nuevas generaciones sobre las vicisitudes de la represión, vale la pena recomendar a nuestros jóvenes la lectura de Mario Paoletti.

Entre la mucha y variada literatura que el Golpe del ´76 ha dado en nuestro país, es insoslayable la referencia a la obra de Mario Paoletti, escritor argentino con una historia personal muy vinculada a nuestra provincia y cuya producción, lejos de agotarse en los temas brindados por aquella tenebrosa época, es vasta y variada: periodista, narrador, poeta y ensayista, Mario Paoletti, es el autor de una importante obra literaria que abarca diferentes géneros. Publicó poemas, cuentos, novelas, biografías y ensayos. Ha obtenido premios en poesía y narrativa en España, Cuba y Estados Unidos.

La Trilogía Argentina:

La llamada “Trilogía Argentina”, está integrada por las novelas: Antes del Diluvio (1988), A Fuego Lento (1993) y Mala Junta (1999), publicadas en nuestro país por Editorial de Belgrano.
Las tres novelas, de discurso autobiográfico, van retratando distintos momentos del devenir argentino captados desde la óptica y la experiencia del personaje-narrador, quien transita las diferentes etapas de su vida –desde la infancia a la adultez– durante el doloroso tramo de historia de un país conmocionado por los desencuentros políticos primero, y por el terrorismo de estado, después.
El protagonista es un huérfano cuyo nombre no conocemos (sólo el apodo, ‘Gomaespuma’, con el que lo identifican sus amigos), criado por su abuela materna (Rafaela, uno de los caracteres mejor trazados de la narrativa argentina). El joven escapa de las situaciones adversas propias de la pobreza, gracias, fundamentalmente, al valor autodidacta de sus muchas y desordenadas lecturas.
El marco temporal de la trilogía abarca desde los años treinta, evocados por recuerdos infantiles del personaje, hasta los años noventa, vividos desde una ya estable situación de argentino radicado definitivamente en Madrid.
Las peripecias del personaje-narrador corren tan paralelas a las del propio autor en la vida real, que el lector se sentirá tentado más de una vez a hacer la identificación autor-narrador, tantas veces señalada como engañosa por los teóricos de la literatura y frente a la cual, el mismo Paoletti nos previene desde el epígrafe de la primera novela: “En esta novela yo no soy yo, ustedes no son ustedes y, sobre todo, él no es él. Sólo ellos son ellos”. (Cabe aclarar que Paoletti es 10 años menor que su personaje).
Pero si –como suele decir Héctor Tizón– toda obra es autobiográfica porque narra hechos que le pasaron a uno o les pasaron a otros, la trilogía lo es sobradamente: en ella las biografías del autor y de otros muchos seres que pueblan y poblaron los escenarios presentados, se entretejen con la del país mismo: La Argentina de mediados del siglo XX vive y late en cada una de estas páginas que transcurren dentro de un contexto de rigurosa historia, en la que existe una línea divisoria precisa: el Diluvio, metáfora elegida por Paoletti para designar los años de la última dictadura militar, que se encuentran reflejados –desde la mirada de un preso político– en la segunda de las novelas de la trilogía: A Fuego Lento. Los tiempos anteriores se narran, como bien lo sugiere el título, en Antes del Diluvio y los posteriores en Mala Junta.
A pesar de su previsible conexión integradora, estos volúmenes tienen su propia unidad narrativa y admiten por tanto ser leídos con independencia unos de otros.

El ritmo narrativo de Paoletti –sostenido y parejo– se completa con pistas de estilo inconfundibles, como los guiños de intertextualidad, que atrapan al lector y hacen hasta de los hechos más sórdidos y crueles, un relato ameno y no exento de humor, rasgo este último, manejado con absoluta maestría en “A Fuego Lento”, novela que narra las últimas dos semanas de prisión del protagonista en la Cárcel de Sierra Chica, donde padece situaciones aberrantes y dolorosas, en las que nada hace prever la posibilidad de encontrar momentos graciosos; y sin embargo, el lector se sorprenderá riendo más de una vez, quizá con los ojos todavía húmedos por la ignominia a la que acaba de asistir dos líneas atrás.
Acaso sea “A fuego lento”, la más autobiográfica de la tres; y por ello, además de los méritos literarios, tiene el valor agregado de “lo vivido”, al percibirse como un relato de primera mano, testimonio veraz de quien padeció directamente los efectos de aquel “diluvio” que marcara con un sello de horror la historia patria.

Marcela Mercado Luna