sábado, 28 de noviembre de 2009

El viaje de Héctor David Gatica


Presentación del libro El viaje de Héctor David Gatica


Gatica quiere viajar y no puede porque sus raíces están profundamente arraigadas en la tierra. Gatica es árbol con vocación de cielo y sus ramas más altas logran acariciar las nubes.
Esto que puede sonar a recurso estilístico de la presentadora es mucho más que eso. Y estoy en condiciones fundamentarlo sobradamente con citas textuales.
Él mismo se considera árbol. Así lo vislumbramos por ejemplo en el poema “El mensaje”: “toda raíz es luz en potencia que se desatará en lo alto. ¿Hasta dónde subirá mi voz para decir su nube?” se pregunta el poeta, para luego afirmar: “el ave que vi nacer esta tarde en mis nidos ésa seguirá habitando primaveras”.
En “Mi corazón” (p. 7) en un verso que nos remite a Miguel Hernández, (su poema Para la libertad), aquí Gatica también se rehace con imágenes del ámbito vegetal “Me hundo en mi corazón tormentoso/ para salir en el gajo/ El agua que no se hace barro/ no puede encender flores.” (Otra vez el árbol: gajo, flores, y su alimento: agua, barro). (Me remite al “soy como el árbol talado que retoña” de Hernández) En “Vibración o vida” leemos: “La siesta es un árbol chorreando sombra” para inmediatamente asistir a la expresión de un anhelo: “quisiera algún día ser aire y sombra a la siesta para aliviar la agonía de los que no saben amar el trote de una lagartija…” Él, árbol, quiere ser una sombra que alivie …
Por su parte, las urracas le inspiran este verso: “El trino de las urracas (…) se viene a posar en nuestros brazos abiertos como ramas”.
Por esto y por muchos indicios más es que afirmo que el protagonista del libro es un hombre-árbol, una voz poética que se piensa árbol.
Se piensa árbol pero nos habla de un viaje, ¿cómo se resuelve este conflicto?
Hay un viaje, sin duda: un viaje concreto, en ómni-bus, como bien lo indica el detalle de la ilustración de H Albarracín que se reproduce en la tapa.
Pero no nos engañemos porque este viaje que anuncia el libro es en realidad, tres viajes (y hasta me atrevería a decir que cuatro).
Primer viaje: Un desplazamiento en el espacio
Segundo viaje: Un viaje literario.
Tercer viaje: Un viaje interior.
Primer viaje: Lo del desplazamiento en el espacio sólo lo sabemos por el testimonio del propio Gatica, quien incluye un texto en prosa, autobiográfico, al que titula “Pequeña historia” (p.81). Allí da cuenta, entre otras cosas, de un viaje a “L R y Cuyo”, luego dice que fue “a Men- doza en búsqueda de un listado de lectura universal…” y más adelante, encontramos la refe- rencia a un trayecto en ómnibus “desde L R a Bs As”, durante el cual comienza a escribir “El viaje”, “no hace mucho” nos informa el autor. Allí –y a causa de “esa deplorable costumbre de choferes y azafatas de agredirnos con la televisión a todo volumen, corriendo las cortinas de las ventanillas, etc, etc. –”, en ese ómnibus, el poeta lamenta no poder contemplar el paisaje, y se consuela leyendo “Las flores del mal” de Baudelaire. “terminada la lectura –comenta– cerré el libro y me puse a escribir El viaje”. Ese es el viaje que se vivencia como desplazamiento en el espacio, pero salvo el poema “La sinfónica”, y alguna referencia en los epígrafes que merecerían un análisis aparte, el libro no refleja lugares distantes, porque el sujeto que aquí se expresa, apenas sale de su ciudad o de su lugar natal.
Segundo viaje: Este viaje es, digamos, literario –acaso en la adolescencia– y se realiza obviamente a través de los libros, casi sin moverse del pueblo “esa comarca donde gastaban su sombrero los hacheros”. La gente que lo rodea tiene aspiraciones cotidianas, como un deseo de lluvia sobre la tierra seca; y repite historias rutinarias: la hacienda flaca, las cabras matadas por el león, los zorros entrampados o el precio del cuero de la iguana.
A bordo de la lectura este viajero adquiere la capacidad de estar y no estar en ese entorno. El viaje en libro, le permite evadirse hacia la Rusia de Dostoievsky y Tolstoi, meterse en los ambientes misteriosos de Poe y también empaparse del
optimismo de Whitman y del pesimismo de Vallejo, entre otros muchos que aquí se nombran.
El tercer viaje es lo que llamo el viaje interior, hacia su propia raíz (raíz de hombre árbol). Y es aquí donde el poeta es el árbol que señalábamos al principio.
Ciertos aspectos de la realidad se procesan por dentro, recorren como la savia troncal los rincones más profundos del yo poético. Otros hechos se contemplan a cierta distancia, desde la copa, diría yo.
Desde las ramas más altas, el poeta se permite desdeñar, por ejemplo a los zorros, cargados de una connotación negativa que remite a la traición,
a la estafa: los zorros “asaltan a la noche con sus gritos y la estafan”, “me asustan los zorros y huyo de su hocico”. Y como justificando su lugar en lo alto, concluye: “en las estrellas siento como si me aliviara la tos”.
Desde esas mismas ramas superiores inhabilita a aquellos que no tienen sensibilidad para apreciar la armonía cósmica de la creación o su otra cara, que es el arte: en suma, a los que no están aptos para escuchar a las torcazas.
Desde la copa también el poeta apostrofa a una mujer impaciente por escuchar la sinfónica y la insta a escucharse a sí misma porque hay música en ella y en los elementos naturales:
“Actúan el crepúsculo y la brisa, falta una hora pero siéntese.” Y luego: “hay música en usted, escúchese señora, puede oírse porque esta tarde
usted se ha quedado en la tarde”.
El hombre árbol abraza con sus gajos el domingo: ese domingo que es “un obrero sentado, una niña lavándose la voz de la patrona”.
El hombre árbol se inclina y acaricia el dolor con sus ramas más bajas (bajas no por falta de vuelo poético sino por su cercanía con lo humano). Estas ramas bajas se entrelazan como enredaderas con la realidad más dolorosa,
ésa que no puede contemplarse desde lejos, esa que necesariamente nos lleva a involucrarnos: así lo sentimos en el poema “Para reírse”, frente al cual, paradójicamente, nos caben muchos sentimientos menos aquellos que provocan la risa. Allí se contempla a un pequeño lustrabotas, tan chiquito que apenas puede cargar su cajoncito, visión que le arranca al poeta la más irónica y lacerante estrofa del libro: “Qué pena esos niños que se la pasan jugando / a los cinco años/ habiendo tantos zapatos que lustrar a los cinco años / si da risa”
También desde las ramas el hombre árbol contempla la vida de un par de indigentes, que habitan sucesivamente otro árbol, real: un tala.
Son textos de gran fuerza dramática por estar escritos en diálogo directo, procedimiento que permite al poeta suprimir su voz y cedérsela a los personajes, con lo que los acerca al lector, que siente palpitar las desesperantes situaciones de estas vidas en Tala 1 y Tala 2 que de esos poemas estoy hablando.
La savia y la luz que nutren el tronco y los gajos del hombre árbol nombran los sentimientos, el río interior, las vivencias, los sucesos más íntimos en los que no están ausentes el amor, Dios, la vejez y fundamentalmente, la muerte.
Impacta la natural familiaridad con la que David trata a la muerte.
Lo vemos por ejemplo en ese poema casi despiadado y a la vez cargado de piedad que se titula “En el cementerio” (leer p. 43). Esta muerte real y concreta vislumbrada en las tumbas se multiplica y actualiza en distintas muertes a lo largo del poemario. La muerte es parte de un aprendizaje (p. 10, “debe ser tan triste no aprender a morir”).
La muerte es la metáfora del olvido (p. 24, poema “El olvido”); la muerte es la falta de amor (p. 25, poema “Búsqueda”: “si se ha olvidado amar entonces se ha muerto”; la muerte es parte del juego en el mundo de la infancia en “Si un niño te dijera”….
En las antípodas está la vida que se refleja en la fiesta de los árboles: araucarias, vides, eucaliptos, que son objeto de muchos versos; en el árbol genérico que el poeta exalta en “Canto total al árbol” (p. 60), un título acertadísimo porque este canto es oda, elegía y homenaje a la vez: se celebra al árbol poblado de vida y se agradece la ofrenda del árbol muerto que vuelve en objetos ligados a la vida humana, como un pupitre, una cuna o una puerta…
La vida está también en las aves: la torcaz, la perdiz, las urracas. La vida está en las flores, en la amistad, en el quehacer de la gente sencilla, en el amor.
Pero entre la vida y la muerte hay un umbral muy presente en esta obra: la despedida. Lo dice el poeta claramente, letra por letra al principio: “en un momento u otro voy a callar” (p. 8).
(Y aquí aparece ese cuarto viaje sugerido: el viaje definitivo como le llamaba Juan R Jiménez, aquel que todos emprenderemos alguna vez. Esa partida futura partida es presentida con serenidad, porque algo se deja: las obras y las prolongaciones que son los hijos… Pero este viaje es sólo sugerido, sabido).
Pero volvamos a las despedidas que están estrechamente ligadas a esta idea
En el breve poema “Esos días” diseña una despedida con dignidad: (leer). De despedida nos hablan los títulos “Cuando me vaya” (p. 27) y “Lo que va a quedar”; y el bellísimo poema “Las alforjas”, que seguramente alguien leerá esta noche, y que comienza preguntando “¿qué será esto de ir desocupando las alforjas para aliviar la partida?”
Tanto adiós junto inquieta a alguien que se siente amiga del que se anda despidiendo por más ficticia que sea la literatura. Se lo dije a David:
—Y vea, Marcela, es que a esta altura, por más que a uno le digan que tiene 10, 15 años más de vida, uno sabe que son muy pocos… —fue su respuesta— tranquilizadora–, debo reconocerlo. Estoy de acuerdo con pedir 10 ó 15 años, y después, renovar el pedido…
Un viaje que son tres viajes o cuatro. Un hombre que es también árbol, y un libro que refleja un mundo interior complejo. Gatica quiere viajar y no puede porque sus raíces lo aferran a la tierra, porque la tierra lo llama y le reclama ser su voz, y la voz de su gente. Y es que la tierra sabe que ella siempre le ha brindado a Gatica los nutrientes indispensables para los frutos de su árbol: nutrientes como el grito de Bordón en la ciudad y el fuego de la niña Pascualita en el campo …
Marcela Mercado Luna
18-09-09

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