sábado, 28 de noviembre de 2009

El viaje de Héctor David Gatica


Presentación del libro El viaje de Héctor David Gatica


Gatica quiere viajar y no puede porque sus raíces están profundamente arraigadas en la tierra. Gatica es árbol con vocación de cielo y sus ramas más altas logran acariciar las nubes.
Esto que puede sonar a recurso estilístico de la presentadora es mucho más que eso. Y estoy en condiciones fundamentarlo sobradamente con citas textuales.
Él mismo se considera árbol. Así lo vislumbramos por ejemplo en el poema “El mensaje”: “toda raíz es luz en potencia que se desatará en lo alto. ¿Hasta dónde subirá mi voz para decir su nube?” se pregunta el poeta, para luego afirmar: “el ave que vi nacer esta tarde en mis nidos ésa seguirá habitando primaveras”.
En “Mi corazón” (p. 7) en un verso que nos remite a Miguel Hernández, (su poema Para la libertad), aquí Gatica también se rehace con imágenes del ámbito vegetal “Me hundo en mi corazón tormentoso/ para salir en el gajo/ El agua que no se hace barro/ no puede encender flores.” (Otra vez el árbol: gajo, flores, y su alimento: agua, barro). (Me remite al “soy como el árbol talado que retoña” de Hernández) En “Vibración o vida” leemos: “La siesta es un árbol chorreando sombra” para inmediatamente asistir a la expresión de un anhelo: “quisiera algún día ser aire y sombra a la siesta para aliviar la agonía de los que no saben amar el trote de una lagartija…” Él, árbol, quiere ser una sombra que alivie …
Por su parte, las urracas le inspiran este verso: “El trino de las urracas (…) se viene a posar en nuestros brazos abiertos como ramas”.
Por esto y por muchos indicios más es que afirmo que el protagonista del libro es un hombre-árbol, una voz poética que se piensa árbol.
Se piensa árbol pero nos habla de un viaje, ¿cómo se resuelve este conflicto?
Hay un viaje, sin duda: un viaje concreto, en ómni-bus, como bien lo indica el detalle de la ilustración de H Albarracín que se reproduce en la tapa.
Pero no nos engañemos porque este viaje que anuncia el libro es en realidad, tres viajes (y hasta me atrevería a decir que cuatro).
Primer viaje: Un desplazamiento en el espacio
Segundo viaje: Un viaje literario.
Tercer viaje: Un viaje interior.
Primer viaje: Lo del desplazamiento en el espacio sólo lo sabemos por el testimonio del propio Gatica, quien incluye un texto en prosa, autobiográfico, al que titula “Pequeña historia” (p.81). Allí da cuenta, entre otras cosas, de un viaje a “L R y Cuyo”, luego dice que fue “a Men- doza en búsqueda de un listado de lectura universal…” y más adelante, encontramos la refe- rencia a un trayecto en ómnibus “desde L R a Bs As”, durante el cual comienza a escribir “El viaje”, “no hace mucho” nos informa el autor. Allí –y a causa de “esa deplorable costumbre de choferes y azafatas de agredirnos con la televisión a todo volumen, corriendo las cortinas de las ventanillas, etc, etc. –”, en ese ómnibus, el poeta lamenta no poder contemplar el paisaje, y se consuela leyendo “Las flores del mal” de Baudelaire. “terminada la lectura –comenta– cerré el libro y me puse a escribir El viaje”. Ese es el viaje que se vivencia como desplazamiento en el espacio, pero salvo el poema “La sinfónica”, y alguna referencia en los epígrafes que merecerían un análisis aparte, el libro no refleja lugares distantes, porque el sujeto que aquí se expresa, apenas sale de su ciudad o de su lugar natal.
Segundo viaje: Este viaje es, digamos, literario –acaso en la adolescencia– y se realiza obviamente a través de los libros, casi sin moverse del pueblo “esa comarca donde gastaban su sombrero los hacheros”. La gente que lo rodea tiene aspiraciones cotidianas, como un deseo de lluvia sobre la tierra seca; y repite historias rutinarias: la hacienda flaca, las cabras matadas por el león, los zorros entrampados o el precio del cuero de la iguana.
A bordo de la lectura este viajero adquiere la capacidad de estar y no estar en ese entorno. El viaje en libro, le permite evadirse hacia la Rusia de Dostoievsky y Tolstoi, meterse en los ambientes misteriosos de Poe y también empaparse del
optimismo de Whitman y del pesimismo de Vallejo, entre otros muchos que aquí se nombran.
El tercer viaje es lo que llamo el viaje interior, hacia su propia raíz (raíz de hombre árbol). Y es aquí donde el poeta es el árbol que señalábamos al principio.
Ciertos aspectos de la realidad se procesan por dentro, recorren como la savia troncal los rincones más profundos del yo poético. Otros hechos se contemplan a cierta distancia, desde la copa, diría yo.
Desde las ramas más altas, el poeta se permite desdeñar, por ejemplo a los zorros, cargados de una connotación negativa que remite a la traición,
a la estafa: los zorros “asaltan a la noche con sus gritos y la estafan”, “me asustan los zorros y huyo de su hocico”. Y como justificando su lugar en lo alto, concluye: “en las estrellas siento como si me aliviara la tos”.
Desde esas mismas ramas superiores inhabilita a aquellos que no tienen sensibilidad para apreciar la armonía cósmica de la creación o su otra cara, que es el arte: en suma, a los que no están aptos para escuchar a las torcazas.
Desde la copa también el poeta apostrofa a una mujer impaciente por escuchar la sinfónica y la insta a escucharse a sí misma porque hay música en ella y en los elementos naturales:
“Actúan el crepúsculo y la brisa, falta una hora pero siéntese.” Y luego: “hay música en usted, escúchese señora, puede oírse porque esta tarde
usted se ha quedado en la tarde”.
El hombre árbol abraza con sus gajos el domingo: ese domingo que es “un obrero sentado, una niña lavándose la voz de la patrona”.
El hombre árbol se inclina y acaricia el dolor con sus ramas más bajas (bajas no por falta de vuelo poético sino por su cercanía con lo humano). Estas ramas bajas se entrelazan como enredaderas con la realidad más dolorosa,
ésa que no puede contemplarse desde lejos, esa que necesariamente nos lleva a involucrarnos: así lo sentimos en el poema “Para reírse”, frente al cual, paradójicamente, nos caben muchos sentimientos menos aquellos que provocan la risa. Allí se contempla a un pequeño lustrabotas, tan chiquito que apenas puede cargar su cajoncito, visión que le arranca al poeta la más irónica y lacerante estrofa del libro: “Qué pena esos niños que se la pasan jugando / a los cinco años/ habiendo tantos zapatos que lustrar a los cinco años / si da risa”
También desde las ramas el hombre árbol contempla la vida de un par de indigentes, que habitan sucesivamente otro árbol, real: un tala.
Son textos de gran fuerza dramática por estar escritos en diálogo directo, procedimiento que permite al poeta suprimir su voz y cedérsela a los personajes, con lo que los acerca al lector, que siente palpitar las desesperantes situaciones de estas vidas en Tala 1 y Tala 2 que de esos poemas estoy hablando.
La savia y la luz que nutren el tronco y los gajos del hombre árbol nombran los sentimientos, el río interior, las vivencias, los sucesos más íntimos en los que no están ausentes el amor, Dios, la vejez y fundamentalmente, la muerte.
Impacta la natural familiaridad con la que David trata a la muerte.
Lo vemos por ejemplo en ese poema casi despiadado y a la vez cargado de piedad que se titula “En el cementerio” (leer p. 43). Esta muerte real y concreta vislumbrada en las tumbas se multiplica y actualiza en distintas muertes a lo largo del poemario. La muerte es parte de un aprendizaje (p. 10, “debe ser tan triste no aprender a morir”).
La muerte es la metáfora del olvido (p. 24, poema “El olvido”); la muerte es la falta de amor (p. 25, poema “Búsqueda”: “si se ha olvidado amar entonces se ha muerto”; la muerte es parte del juego en el mundo de la infancia en “Si un niño te dijera”….
En las antípodas está la vida que se refleja en la fiesta de los árboles: araucarias, vides, eucaliptos, que son objeto de muchos versos; en el árbol genérico que el poeta exalta en “Canto total al árbol” (p. 60), un título acertadísimo porque este canto es oda, elegía y homenaje a la vez: se celebra al árbol poblado de vida y se agradece la ofrenda del árbol muerto que vuelve en objetos ligados a la vida humana, como un pupitre, una cuna o una puerta…
La vida está también en las aves: la torcaz, la perdiz, las urracas. La vida está en las flores, en la amistad, en el quehacer de la gente sencilla, en el amor.
Pero entre la vida y la muerte hay un umbral muy presente en esta obra: la despedida. Lo dice el poeta claramente, letra por letra al principio: “en un momento u otro voy a callar” (p. 8).
(Y aquí aparece ese cuarto viaje sugerido: el viaje definitivo como le llamaba Juan R Jiménez, aquel que todos emprenderemos alguna vez. Esa partida futura partida es presentida con serenidad, porque algo se deja: las obras y las prolongaciones que son los hijos… Pero este viaje es sólo sugerido, sabido).
Pero volvamos a las despedidas que están estrechamente ligadas a esta idea
En el breve poema “Esos días” diseña una despedida con dignidad: (leer). De despedida nos hablan los títulos “Cuando me vaya” (p. 27) y “Lo que va a quedar”; y el bellísimo poema “Las alforjas”, que seguramente alguien leerá esta noche, y que comienza preguntando “¿qué será esto de ir desocupando las alforjas para aliviar la partida?”
Tanto adiós junto inquieta a alguien que se siente amiga del que se anda despidiendo por más ficticia que sea la literatura. Se lo dije a David:
—Y vea, Marcela, es que a esta altura, por más que a uno le digan que tiene 10, 15 años más de vida, uno sabe que son muy pocos… —fue su respuesta— tranquilizadora–, debo reconocerlo. Estoy de acuerdo con pedir 10 ó 15 años, y después, renovar el pedido…
Un viaje que son tres viajes o cuatro. Un hombre que es también árbol, y un libro que refleja un mundo interior complejo. Gatica quiere viajar y no puede porque sus raíces lo aferran a la tierra, porque la tierra lo llama y le reclama ser su voz, y la voz de su gente. Y es que la tierra sabe que ella siempre le ha brindado a Gatica los nutrientes indispensables para los frutos de su árbol: nutrientes como el grito de Bordón en la ciudad y el fuego de la niña Pascualita en el campo …
Marcela Mercado Luna
18-09-09

jueves, 5 de noviembre de 2009

Félix Luna


Félix Luna
Nació en Buenos Aires en 1925 y falleció en la misma ciudad en 2009.
Historiador y autor de obras de gran trascendencia, como “Yrigoyen”, “Alvear”, “Ortiz”, “El 45”, “Perón y su tiempo”, “Soy Roca”, “Breve historia de los argentinos”, “Historia integral de la Argentina” (siete tomos) “Buenos Aires y el país”, “Fuerzas hegemónicas y partidos políticos”, “Encuentros”, entre otras.
Fundó y dirigió durante varias décadas la revista “Todo es Historia”.
Además de sus libros, fue popularmente conocido por las composiciones musicales realizadas junto a Ariel Ramírez, tales como la "Misa Criolla", "Mujeres Argentinas" o "Los Caudillos".
La especial significación que la figura de Félix Luna representa para los riojanos ha sido admirablemente sintetizada por su amigo y colega, el escritor Ricardo Mercado Luna:

“Descendiente de familias fundadoras de La Rioja (Luna y Cárdenas ) Félix Luna hizo de esta tierra el objeto de su iniciación literaria y de los primeros pasos de su vocación histórica. Siendo aún muy joven, mientras cumplía el Servicio Militar, escribió ‘La Rioja después de la batalla del Pozo de Vargas’. Este trabajo fue publicado en la Revista de la Junta de Historia y Letras de La Rioja, y una separata que se hizo del mismo fue para Félix su primer libro. Más tarde lo escuchamos la Biblioteca Mariano Moreno pronunciando su conferencia: ‘Rosas: Balance y Memoria’. Esto ocurría en el año 1952 cuando se encontraba en actividad el ‘Museo Cultural Riojano’ de grande y significativa trascendencia para nuestra cultura local
Acaso el recuerdo más emocionado que guardan los riojanos de su comprovinciano de sangre, sean los cuentos de ‘La última montonera’ y en especial ‘La Fusilación’ que aún nos conmueve, como así también ‘Los Caudillos’, cuya dedicatoria sintetiza sus afectos ancestrales y humanos: ‘A mi mujer, nieta de montoneros, en cuyos ojos aprendí a mejor amar esta tierra nuestra y sus criaturas’. Félix Luna no sólo ha escrito sobre La Rioja sino que la conoce palmo a palmo, y ha sabido nutrir el amor entrañable que siente por ella con el amor que lo une a su esposa –riojana y aimogasteña– y que tiene la forma de la más tierna belleza poética: la “Zamba de usted”.
Sobre el otro Félix Luna, historiador, investigador y escritor consagrado, está todo dicho con sus obras que constituyen la excelencia de la literatura histórica argentina por antonomasia y que se encuentran por encima de sus muchos y muy importantes títulos académicos”.

jueves, 21 de mayo de 2009

OLGA SANTOCHI DE PAREDES


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Olga Santochi nació en un pueblito de Córdoba llamado Seber el 8 de Mayo de 1933. Como su padre trabajaba en el Ferrocarril pasó su niñez entre mudanzas a diferentes localidades del interior cordobés. Una de ellas fue Cañada de Luque, donde no había escuela; así que debió trasladarse a lo de unos tíos en Suardi (Provincia de Santa Fe): allí cursó la mayor parte de la primaria. Su tía, llamada Inés, se esmeró en iniciar a la pequeña Olga en ciertas labores propias de una niña de la época: tejido a dos agujas, crochet y piano, sin conseguir nunca los resultados esperados.
La misma actividad del padre ferroviario permitió a la familia Santochi una residencia más definitiva, esta vez en la Rioja, ciudad en la que Olga cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Joaquín V. González, siendo compañera de Enrique Peñaloza Camet (ambos llegarían a ocupar la presidencia y otros cargos dirigenciales de nuestra centenaria institución) y de Ricardo Mercado Luna con quienes integró, junto a otros jóvenes, el llamado Club colegial del mencionado colegio, siendo ella la encargada de la actividad cultural. Justamente éste último evoca en un escrito su temprana vocación dramática:
“Recuerdo a Olga adolescente subiendo al escenario, de amplio vestido blanco cayendo hasta sus zapatos de anticipados tacos altos, para reflejar desde allí la mímica demandada por Alfonsina Storni: ‘Tu me quieres alba, me quieres de espuma, me quieres de nácar’ (Boletín nº 7 BMM).
Se graduó de Bachiller en 1951 y continuó sus estudios en Tucumán, en la Academia Superior de Bellas Artes “Lola Mora” dependiente del Ministerio de Gobierno e Instrucción Pública de la Nación, de la que egresó en 1954, con el título de Profesora de Arte Escénico.
En 1956 se casó con el poeta José Paredes con quien tendría tres hijos (Maricel, José Adolfo y Osvaldo). La actividad cultural fue una constante en la vida del matrimonio: ambos fueron miembros del Rotary Club de La Rioja que hoy lleva el nombre de “José Paredes”; y frecuentaron círculos literarios vinculados al Grupo Calíbar y la SADE. El escritor Daniel Moyano y su familia se contaron entre los amigos más cercanos de los Paredes, además de otros muchos conocidos escritores y artistas.
En 1972, completó su formación docente cursando las asignaturas pedagógicas en el Instituto del Profesorado de la Escuela Normal Mixta “Pedro I. de Castro Barros” de La Rioja. Al año siguiente fue becada por el Instituto de Cultura Hispánica, para cursar el quinto ciclo de estudios de formación de expertos en literatura infantil iberoamericana y extranjera.

Como escritora, incursionó en la narrativa y el teatro. Su trilogía de cuentos “Mis seis años”, fue premiada en concurso por la Dirección de Cultura de la Provincia en 1967. Escribió además los relatos: “El árbol que caminaba”, “La venganza del despertador”, “Mi loro Lorenzo” y “Chonay”, premiado en 1968 por el Centro Editor de América Latina en el Certamen Nacional “Cuentos para niños del año 2000”. Este cuento fue adaptado luego y dirigido por ella misma como pieza de teatro infantil.
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Muchos recordarán que como homenaje póstumo a su profesora, un grupo de alumnas que formaron parte del elenco EL MIKILO se autoconvocaron y –bajo la dirección de Carla Navarro– se organizaron para volver a poner en escena “Chonay”, asumiendo –aunque ya adultas– cada cual su papel y respetando las marcaciones realizadas por Olga años atrás cuando ganaban el Primer Premio en el Festival infantil de Teatro en Necochea. Distinción que volverían a merecer dos años más tarde con la puesta de “Mi Amigo el Duende”.
Es autora de las siguientes piezas teatrales infantiles
y obras de títeres
:
“El payaso Chispita”, “El pequeño duende”, “Cosas de payasos”, “El jardín de las brujitas”, “Mi amigo el robot” y “La ranita Lucrecia”, entre otras.

La mayor parte de su obra revela un profundo conocimiento del alma infantil, ya adoptando una perspectiva casi testimonial desde la niñez, ya narrando historias que tienen a los niños como protagonistas.
Dirección teatral
Con la Escuela de Arte Escénico, dirigió los siguientes espectáculos infantiles: “La escuela de las Hadas” (basada en un cuento de Conrado Nalé Roxlo);
“El reino del revés” y “Daylan Kifki” (sobre textos de María Elena Walsh); “Pluf el fantasmita” y “El robo de las cebollitas” de María Clara Machado
“La guerra siempre” (en base a textos de diferentes autores) y “El príncipe feliz” (adaptación de un cuento de Oscar Wilde) esta última en co-producción con la Academia de Danzas dirigida por Laura Gay; “Jesús en la poesía” (puesta navideña en torno a villancicos y la temática del nacimiento).
Otras: “Se me ha perdido una niña”, “De por aquí y de por allá”, “Niños y marionetas”
“El último dragón”, “Marionetas”, “La poesía y el Mar”, “La brujita que era buena”, “Había una vez”, “El canto de la lluvia”, “Poemas de Alfonsina”, “Tacuaras para la Patria”, “Hasta aquí”, “El país de los recuerdos” y “Caperucita Roja”
Con los alumnos de la Escuela “Dante Alighieri”, realizó:
“No ahondes”, “Las aturdidas” y “Te digo que no”, sobre cuentos de Alberto Moravia.
Fue co-fundadora, junto a Alba Lanzillotto de Pereyra del Taller de Teatro “La Grulla” perteneciente al Colegio Nacional Joaquín V. González, con el que puso en escena las siguientes obras: “La grulla crepuscular” del japonés Junji Kinishita, “El pescador”, “El pintor” y “El cazador de unicornios” de Aldo Pellegrini; “La sombra en el valle” de John Singer; “Pluf el fantasmita” de María Clara Machado, “El país de las vacaciones” de Ugo Betti, “Si sí, sí; si no, no” de Jaime Potenze y “Siete gritos en el mar” de Alejandro Casona.
Como actriz, Olga colaboró con el elenco de la Comedia de la Provincia, dirigido por Edgardo Gordillo, siendo memorable su rol protagónico en “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca.

Participó en la realización de audiovisuales, entre los que caben mencionarse: “La Rioja, tierra de San Nicolás”, “La Rioja, hombre y paisaje” y “La Rioja es así”.

Olga Santochi no fue indiferente a la actividad política: Al concluir la Dictadura Militar, los años ochenta la encontraron militando en la Unión Cívica Radical y en el Movimiento de Renovación y Cambio creado por Raúl Alfonsín.
Logró vencer con su trayectoria los prejuicios de una sociedad algo machista como la riojana, porque más allá de cualquier pose feminista, creía íntimamente que no cabían las diferencias de sexo en la entrega a los demás, en la participación activa, en la difusión de la educación y del arte, en el crecimiento cultural de un pueblo. Así es como llegó a ser, por mérito propio, no sólo candidata a Intendente capitalina por la U.C.R. cuando la ley de cupo femenino no existía aún, sino también la primera mujer que ocupó la presidencia de la Biblioteca Mariano Moreno, circunstancia que concitó el interés y el reconocimiento más allá de las fronteras de la provincia y quedó reflejada en el Diario La Nación, que destacó este hecho dando un espacio privilegiado en su edición del 2 de febrero de 1999, a la nota firmada por el periodista Arturo Ortiz Sosa y que se titulaba precisamente “La mujer gana espacios”.

Fue nombrada Ciudadana Ilustre por el Concejo Deliberante de la capital riojana y distinguida con el “Famatina de Plata” en el rubro Teatro por la Dirección de Cultura Municipal, entre otros muchos reconocimientos a su trayectoria.

Murió en La Rioja el 6 de Diciembre del 1999, después de luchar –de pie y sin resignar sus actividades— contra una penosa enfermedad.
Marcela Mercado Luna
Fuentes:
Efraín de la Fuente: Historia del teatro en La Rioja
Biblioteca Mariano Moreno: Boletín Nº 7 y Nº 8 de la institución
Entrevistas varias.



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domingo, 22 de marzo de 2009

Mariposas de Papel de Graciela Nieto Ortiz



Las estampillas son las protagonistas

Libro: Mariposas de papel
Autora: Graciela Nieto Ortiz
Editorial: Nexo (Financiado mediante la Ley Provincial del Libro)

“Veo veo veo mariposas blancas en el correo” cantaba María Elena Walsh, cuando las cartas y los buzones tenían sentido en la vida cotidiana de las familias, cuando las estampillas se usaban para todos los envíos postales y era fácil para los niños reconocer la alusión que se completaba con el verso “mariposas son que de noche duermen en el buzón”.
La vieja metáfora del correo ha sido rescatada en el título de este singular libro de Graciela Nieto Ortiz, que rastrea el motivo de todos y cada uno de los sellos postales argentinos, desde 1856 hasta el año 2000.
Esta obra, delicia de la Filatelia, trasciende el interés del coleccionista, puesto que su terreno se nutre de los grandes tópicos que forjaron y forjan nuestra cultura: se trata de un estudio, completo y –al decir del prologuista – sin precedentes en la bibliografía de esta disciplina. Con un contenido enciclopédico, que abarca referencias a la historia, el arte, el deporte, el turismo, la educación, la flora y fauna, entre otros variados temas, Graciela Nieto Ortiz ha elaborado una (a partir de ahora) insoslayable guía para quien busque el porqué cada uno de los sellos postales realizadas en el país.
Con prólogo del historiador Juan E. Torinelli, este volumen de 765 páginas, realizado por Nexo Editorial, contiene en la gran mayoría de los casos la imagen (en blanco y negro) de las estampillas a las que hace referencia, junto a una descripción o comentario de interés acerca de las mismas. Como bien lo afirma la autora, “cada sello representa un material de interés no sólo para los filatelistas sino también para toda persona que quiera conocer distintos aspectos de nuestro país” y sobre todo “para los docentes, ya que además de tener a mano prácticamente todos los aspectos concernientes a la Argentina, pueden aprovechar para incentivar la Filatelia en los niños y adolescentes, tarea altamente positiva que los alejará del ocio negativo de la televisión y otras actividades no recomendables que trae aparejado el no saber qué hacer con el tiempo”.
Estas Mariposas de papel, que vuelan desde La Rioja hacia el país y el mundo, son un aporte concreto al patrimonio cultural argentino.

Marcela Mercado Luna (11/3/09)

domingo, 8 de marzo de 2009

El canto del canario


Título: El canto del canario
Autor: Héctor David Gatica
Género: cuento

Diez cuentos breves son suficientes para recordarnos el buen manejo de la narrativa cultivado por este autor que trascendió especialmente como poeta, por ser la lírica el género en el que suele nadar más a gusto.
Estructurados en dos grupos —“Del campo” y “De la ciudad”— estos relatos abordan una temática tan variada como nuestra: la casi inimputabilidad de un embalsamador de animales exhibiendo su cruel oficio sin perversión y sin culpa, el desamparo de los habitantes de los Llanos, el fantasma palpable de una avioneta asesina de lluvias y de esperanzas, la jocosa flexibilidad de los marcos legales de Villa Nidia toda vez que una causa superior lo requiera, la candidez de unos viejos que pagan consultas médicas con canciones a capela, la depredación de documentos en manos de un “aristócrata” dispuesto a mantener incontaminado su apellido, la enfermedad contra la que lucha un entrañable poeta enamorado de la vida, el sinsentido de las formalidades administrativas, la avaricia de una comadre, la vaciedad de los gestos del patriotismo militar de los años setenta… son entre otros, los motivos que se irán imprimiendo en estas páginas, siempre en contrapunto o contraste con algún telón de fondo que hará vacilar la escala de los valores humanos en el mundo narrado.
Este contraste aparece con fuerte sello en textos como “La madrina”, “El rancho de los verdes”, “La avioneta asesina de tormentas y tierras”, “La patria flamea”, entre otros, de los cuales merecen mención aparte por su solidez: “Márgenes de la muerte” donde asistimos a la loca carrera de superación personal de una empleada pública, quien, obsesionada por agradar a sus superiores, posterga nada menos que la atención del hijo enfermo, tras el empeño puesto en lograr una nota de márgenes perfectos; “El médico, los números y un tango”, en el que vemos cómo un doctor se debate entre el costado humano y el costado burocrático de su profesión frente a la ternura de un paciente agradecido; y, muy especialmente, el que da nombre al volumen, “El canto del canario”, de impecable factura y de un naturalismo conmovedor y lacerante.
Con una hermosa tapa diseñada por Carlos Pagés en torno a un dibujo de Oscar Salas, el libro (en el que hay que de lamentar algunas molestas erratas de imprenta) exhibe un discurso comprometido, no exento de ironía y crítica social. Con lenguaje sencillo y poético a la vez, estos cuentos de Gatica nos hacen sonreír y estremecer, y al final, nos dejan pensando…

Marcela Mercado Luna