viernes, 22 de junio de 2007

ARTEMIO MORENO



Artemio Moreno nació en Olta, provincia de La Rioja, en 1892, donde cursó sus estudios primarios. En la Capital Federal realizó la secundaria y más tarde cursó la carrera de abogacía en Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Con su tesis “Legislación de huelgas” obtuvo el doctorado en la misma casa de altos estudios.
Siendo un criminólogo de renombre, ejerció la docencia en la Universidad Nacional de La Plata y en la Escuela Superior de la Policía Federal.
Una promisoria carrera judicial lo tuvo como fue juez de instrucción durante más de veinte años y como fiscal de la Cámara de Apelaciones hasta 1946. De espíritu multifacético, también la literatura lo ganó para su causa: fue cuentista poeta y ensayista. Se destacó especialmente en la crítica literaria. En 1925 viajó a Europa donde entrevistó a escritores de la talla de Pío Baroja y Miguel de Unamuno.
Entre sus producciones literarias, estudios jurídicos y ensayos de crítica, ha publicado las siguientes obras:
Labor de ritmo,
Niñez abandonada y delincuente
La justicia de instrucción y la ley positiva,
El sentimiento en la vida y en el arte,
En torno a Maupassant,
Ojos alucinados,
Parábola del tiempo,
Balzac,

El mundo de la comedia humana,
De Stefan Zweig a Maritain,
Doctrina y práctica del procedimiento penal.
La hora confidente,
Teoría legal del cuerpo del delito,
Interrogatorio judicial e hipnotismo,
El procedimiento penal,
La naturaleza, el trabajo y la técnica,
El espíritu de la ciudad
(conferencia pronunciada con motivo del centenario de Biblioteca Mariano Moreno y editada por esta misma institución en 1936)
La novela de América
Artemio Moreno falleció en Buenos Aires, en julio de 1953

jueves, 24 de mayo de 2007

ARIEL FERRARO

ARIEL FERRARO RESEÑA BIOGRÁFICA

Nacido en los Llanos riojanos el 20 de septiembre de 1925, José Humberto Pereyra, a quien todos llamaban Ariel, fue durante largos años una figura central en el quehacer cultural riojano.

Por amor al arte

De espíritu curioso y sensible, supo apreciar el arte en todas sus manifestaciones y no sólo formó parte de aquella verdadera integración que significó el grupo Calíbar en La Rioja, sino que supo tender lazos más allá de las fronteras de su provincia y aun de su país, manteniendo contacto con reconocidos escritores nacionales y extranjeros de la época, muchos de los cuales visitaron estos pagos por invitación suya. Pero no sólo los consagrados tenían cabida en esa amistad generosa; también los noveles poetas y artistas encontraban un lugar en la casa y en el corazón de Ariel. Era un referente ineludible: el escritor Mario Paoletti afirma que, aunque siempre hubo una dirección de oficial cultura, “todos sabíamos que en realidad, la verdadera dirección de cultura la llevaba puesta Ariel Ferraro como se lleva la ropa que uno viste. Autoportante.” (Boletín Nº 7 de la Biblioteca Mariano Moreno- Año 2002).

Sobresale el Poeta

Si bien en sus últimos años, durante el exilio, se diplomó en Ciencias Religiosas en Salamanca y recibió Doctorados Honoris Causa en universidades de países extranjeros, su vastísima cultura y su sabiduría provenían de un autodidactismo tenaz, ejercido durante toda la vida y enriquecido constantemente por incansables y variadas lecturas. Incursionó en el teatro (en Madrid se pusieron en escena dos obras suyas), trabajó en radio y televisión, fue docente superior, editor y crítico de arte, pero fundamentalmente, poeta, y ese ése el título con el que pasó a la historia de las letras riojanas: poeta y de los grandes.

Vientos de cambio

Dotado de un natural talento, sintonizó las corrientes vanguardistas que venían reclamando en Europa y en América una nueva manera de entender el arte, y orientó su poesía hacia formas más arriesgadas y abstractas que, lejos de eludir la realidad circundante, la hacían materia de su creación. Ariel fue el gran renovador de la lírica en una provincia en la que las hondas tradiciones encasillaban también las formas literarias, temerosas de romper los moldes estéticos aceptados por el público. Asuntos locales y universales pueblan sus poemas, con los que demuestra que no hace falta el costumbrismo o el simplismo paisajista para nombrar la tierra natal.

Con la producción de Ferraro, un lenguaje nuevo y sorprendente asomó en la poesía riojana y concitó la adhesión de las nuevas generaciones; actitud que, felizmente, sobrevive en los (pocos pero buenos) verdaderos poetas que tenemos.

Exilio y regreso

Acaso, en aquellos tiempos de bonanza, no imaginó este viajero infatigable, que una de las más logradas metáforas de sus versos, el exilio (me refiero a “Exilio submarino” en “Antepasados del Insomnio”, Losada, Buenos Aires, 1966.), se haría carne en él y su familia en los años más absurdos y crueles que aún debía atravesar la historia argentina (época asombrosamente vislumbrada por él mismo en uno de sus poemas).

Y si bien pudo regresar a la patria juntamente con la democracia, el alma del poeta había quedado marcada por aquella herida a la que se sumaban tantas ausencias, y su vida se apagó en la tristeza de no haber encontrado, con el regreso, el mundo dejado al partir.

Ariel Ferraro (José Humberto Pereyra) murió el 4 de noviembre de 1985.

Principales obras:

Serenata de greda (1945)

La Rioja innominada (1960)

La música secreta (1962)

Visitación a Marc Changall (1064)

El Rabdomante (1966)

Antepasados del insomnio (1966)

Las aventuras congénitas (1975)

Ceremonial para arqueólogos ebrios (1983)

Antología Poética (póstumo) (1997)


Marcela Mercado Luna

miércoles, 18 de abril de 2007

"Obras encogidas" de Marcelo Lacasa

Libro: Obras encogidas
Autor: Marcelo Lacasa
Editorial: Nexo

Siendo la novela un género poco cultivado en La Rioja, es de saludar con entusiasmo un libro que la contiene por partida doble, ya que son dos las nouvelles que se dan maña para entrar en un solo volumen, e integrar estas “Obras Encogidas” de Marcelo Lacasa, un título hábilmente interpretado por la ilustración de tapa del editor, que con tan buena presentación, amerita el perdón por algún error tipográfico deslizado entre las páginas. Se trata de Mil nueve setenta y tres y La manzana de los cuerdos, publicadas por separado en 1990 y 1992, respectivamente.


Mil nueve setenta y tres
Transcurre esta novela en la ciudad de Aimogasta, a la que –sin demasiadas intenciones de despistar– el autor prefirió rebautizar como “Araugasta”, salpicándola de unas cuantas alusiones histórico-geográficas por si a alguien le quedaran dudas acerca del espacio elegido para la narración. Así, las referencias a Severo Chumbita como el héroe del pueblo, al olivo cuatricentenario como símbolo y síntesis de la historia del lugar, a los bordos de Talacán, los canales, las fincas... conforman el marco inconfundible en el que se mueve un grupo de personajes que ponen en juego sus sueños, intereses y fracasos, que, en mayor o menor medida, se vinculan con la actividad económica de la zona.
La local y eterna pulseada entre los pequeños productores aceituneros y los grandes industriales es la causa de los desvelos de Hugo Casal, el joven protagonista de la novela, que –acunando sueños de héroe en la más secreta intimidad– actúa impulsado por su natural rebeldía y un idealismo no contaminado con etiquetas políticas. Sus múltiples afanes, tanto personales como comunitarios, encontrarán sin embargo, más de un obstáculo, en un año interpretado como de mala racha por la mente supersticiosa de Hugo. Es el año que da título a la obra y no sólo genera expectativas personales, sino que se enmarca en circunstancias cruciales para la historia argentina, que cierra por entonces uno de sus muchos capítulos de gobiernos de facto, y se prepara –en medio de gran ebullición colectiva– a recibir el advenimiento de un nuevo período democrático que se anuncia peronista a todas luces.
Entre prejuicios ideológicos, resistencia social, vida familiar, intereses patronales y anhelos juveniles, se desliza sutilmente el humor, como eficaz condimento de muchas de las anécdotas pueblerinas que se entrecruzan para armar un tramo del devenir de esta “Araugasta” desbordante de olivos y de viento.

La manzana de los cuerdos
La manzana del imaginario albergue para “locos” no peligrosos donde transcurre esta historia, está situada en pleno centro de la ciudad de La Rioja, entre calles fácilmente identificables. En ese espacio, además del mencionado albergue en el que viven (o trabajan) los personajes de la novela, hay una capilla con salida independiente a la calle Hipólito Irigoyen y un hogar de niñas huérfanas (regenteado por las monjas propietarias de todo el predio) cuyo frente se ubica sobre la Copiapó. En otra de las cuadras que rodean la manzana, se levanta la lujosa vivienda de un profesional de la construcción, que gentilmente canjea favores y reparaciones edilicias por terreno y más terreno que se anexa a sus dominios.
Es ésta una novela estructurada en siete capítulos en los que la narración alterna los puntos de vista, intercalando capítulos en los que monologa el protagonista (Agustín) y capítulos en los cuales una mirada con absoluta conciencia autorial amplía la perspectiva narrativa.
Las valoraciones de Agustín mantienen la ingenuidad propia de quien nada sabe del mundo exterior porque la amnesia que lo domina sólo le permite recuperar fragmentos del pasado en imágenes oníricas y dispersas. Un sentimiento de orfandad por alguna ausencia hiriente, late con fuerza conmovedora a lo largo de la novela.
Personajes bien diseñados irán captando con sus vicisitudes, el interés del lector. Ahí están: Elena, idealista y solidaria, el doctor Quiroga que intenta apostar al amor en la madurez de su vida, la fresca Mariacé inspiradora de sensaciones y sentimientos nuevos en el protagonista, o el inolvidable Charly, de lograda caracterización, veterano de la Guerra de Malvinas, sabio y loco, cuyas aspiraciones no encuentran cabida en el mundo de la gente “normal” y terminan chocando brutalmente contra una realidad indiferente y ciega.

Obras encogidas: dos novelas cortas, ágiles e interesantes, que por momentos nos harán dudar de la pureza de la ficción y por momentos nos interrogarán acerca de la realidad en la que nos movemos a diario.

Marcela Mercado Luna (14 /10/ 2005)

domingo, 8 de abril de 2007

NUEVO MAPA DE LA POESÍA RIOJANA

Título: Nuevo mapa de la poesía riojana
Autor: Hector David Gatica
Editorial: Alta Córdoba Impresos


Lejos de limitarse a una simple reedición actualizada del Mapa de la Poesía Riojana (1989), como tal vez podría pensarse a partir del título, Héctor David Gatica reformula, en este libro, su trabajo de compilación, ampliándolo y enriqueciéndolo con el producto de las investigaciones posteriores, realizadas para los cuatro tomos de Integración Cultural, que dieron como resultado un completo cuadro de la actividad cultural en La Rioja.
El escritor de Villa Nidia se siente otra vez llamado por su inquebrantable vocación de “rastreador” para intentar un nuevo recorrido de ese sendero que la poesía riojana fue forjando a lo largo de cuatro siglos de permanencia. Una tarea nada fácil, porque el trayecto no siempre es nítido y se desdibuja en años de silencio poético dejando salpicado alguno que otro signo de inspiración, tal como sucede en los tiempos posteriores a la conquista.
Con acertado criterio, Gatica agrupa a los poetas: por generaciones (sin descuidar por ello el tratamiento en conjunto en el caso de los grupos literarios) y por procedencia, siguiendo el enfoque por departamentos usado en Integración Cultural.
En muchos casos, la mención de un autor, grupo o movimiento se completa con notas periodísticas o comentarios, tanto del propio Gatica como de otros autores que abordaron en algún momento la temática en cuestión. Otras veces, queda un nombre, un poema, una época como marca de referencia para el que desee profundizar por su cuenta un aspecto puntual de los tópicos enunciados.
También los emprendimientos editoriales tienen su espacio en estas páginas a través de la evocación de las revistas que en diferentes momentos y lugares se destinaron a la difusión de la poesía riojana. Con respecto a la publicación de libros, se recuentan aquí algunas colecciones y antologías que, en mayor o menor medida, incluyeron el género lírico.
Todos tienen lugar este mapa: los que se fueron y los que todavía están felizmente entre nosotros; los jóvenes y los viejos, los cantautores y los recopiladores, los poetas consagrados y los que aún permanecen inéditos, llegando hasta los nuevos vates presentados en la Feria del Libro La Rioja 2004, en el denominado “Panel de poetas jóvenes”.
No encontrará el lector miradas ni comentarios críticos. Encontrará, fundamentalmente (además del material ya dicho), poemas, cuidadosamente seleccionados por el compilador y puestos a la consideración del público sin intermediaciones, pero enmarcados en un claro esquema de orientación temporo-espacial. Y si, como dice la canción de María Elena Wlash, “en el país de no me acuerdo, doy tres pasitos y me pierdo...” no podemos menos que agradecer a David Gatica, este legado de memoria que él ha dado en llamar “mapa”. Más que mapa, hoja de ruta: un esfuerzo “cartográfico” de gran utilidad para ubicarnos, para conocer, sin perdernos, el terreno que pisamos cuando hablamos de poesía riojana.

Marcela Mercado Luna