Ricardo Mercado Luna nació en La Rioja el 15 de noviembre de 1932, en el seno de una familia de clase media. Era hijo del segundo matrimonio de Carlos Mercado Luna, un empresario de la construcción de edificios y caminos; y pequeño productor agropecuario que incursionó en política desde las filas del radicalismo, siendo delegado al Comité Nacional durante muchos años.
Cursó los estudios primarios en la Escuela “Sarmiento”, ubicada justo enfrente de la casa paterna. Más tarde ingresó en el Colegio Nacional “Joaquín V. González” para realizar el bachillerato. Ricardo había perdido un año de primaria, a causa de un reumatismo infantil que lo obligó a varios meses de reposo, y por eso, era compañero de su hermano Jorge, situación que continuó en los años de secundaria. Allí se relacionó con otros estudiantes, con los que compartió inquietudes que excedían lo estrictamente curricular, llevando adelante actividades periodísticas y culturales desde el “Club colegial” de la institución, al que accedió en medio de inusitados acontecimientos estudiantiles que los memoriosos aún recuerdan con una sonrisa en los labios.
Nombres que después cobrarían trascendencia en nuestra sociedad, como los de Enrique Peñaloza Camet, Olga Santochi, Juan Carlos Soria y Ramón Navarro, entre otros, formaban parte de aquel grupo de jóvenes entusiastas que –bajo la mirada paternal de su vicerrector y profesor de Historia, Dardo de la Vega Díaz– llevaban a cabo múltiples actividades, desde la organización de campeonatos inter-escolares, a recitales de poesía y música o representaciones teatrales. Ricardo siempre reconoció la influencia que en su formación intelectual ejerciera el Prof. Dardo, quien supo despertar en él un interés muy especial por la historia de La Rioja. Sus inquietudes políticas se proyectaban fuera de las aulas a través de la participación en el “Centro Libertad”, una agrupación juvenil surgida por oposición a la oficial, la “U.E.S.”, motorizada por el peronismo, gobernante en aquellos tiempos. La reuniones del “Centro Libertad” se realizaron durante mucho tiempo en la casa paterna de los Mercado Luna.
Habiendo obtenido el título de bachiller, se trasladó (con su hermano Jorge) a la ciudad de Córdoba para cursar sus estudios de derecho.
En esos años se despertó en él un gran entusiasmo por el proyecto de Arturo Frondizi, y alternó sus estudios con variadas lecturas de temas históricos, sociológicos y políticos que contribuían a su formación. Comenzó a militar en estamentos juveniles de la UCRI y estrechó su amistad con Félix Luna a quien había conocido años antes en La Rioja, a raíz de que sus padres compartían espacios de militancia política.
Egresó como abogado de la U.N.C. en 1957 y volvió a La Rioja para ejercer su profesión. En 1958 accedió a una banca de Diputado Provincial por la UCRI y contrajo matrimonio con Nelly Esther Ocampo de la Vega (Gringa), matrimonio del que nacerían siete hijos. Muy pronto se vinculó a Alipio Paoletti (de quien llegaró a ser gran amigo) y juntos, impulsaron el renacimiento del antiguo Diario El Independiente, que a partir de su reaparición en octubre del 1959, inscribiría un capítulo memorable en la historia del periodismo riojano. Ricardo integró, con Daniel Moyano, Alipio y el hermano de éste, Mario Paoletti, la Editorial Norte S.R.L. que editaba el periódico. Cuando la Editorial se transformó en cooperativa, Ricardo decidió donar sus acciones a los trabajadores por considerar que esa era la mejor forma de ser consecuente con la idea impulsora de aquel logro con visos de utopía. Pero no se alejó del grupo, sino que continuó asesorando jurídicamente al Diario (Nota 1) que, en su rol opositor a las dictaduras de turno, debía sortear más de un obstáculo en la marcha y unas cuantas demandas legales.
Ricardo Mercado Luna siempre acompañó los reclamos sociales que consideraba justos, y desde esa postura, su labor profesional privilegió a la gente del pueblo: no sólo fue asesor del combativo diario El Independiente, sino también de Monseñor Angelelli, de la C.G.T. de los argentinos, de la A.M.P. (docentes), de OMA (mineros) y de otras agrupaciones sociales. En 1969 obtuvo el Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales con su tesis: Estabilidad del empleado público editada por Astrea en 1974.
El Derecho Constitucional fue para él una pasión a la que dedicó gran parte de sus esfuerzos. También en el campo jurídico cumplió una destacada labor editorial: fundó y dirigió la Revista “Jurisprudencia Riojana” (publicación que se mantuvo por dos décadas), difundiendo doctrina, legislación y jurisprudencia provincial. Colaboró además con revistas nacionales de la talla de “Jurisprudencia Argentina” y “La Ley”.
Alternaba su trabajo de abogado con la labor docente (tanto en la Universidad Nacional de La Rioja como en el Instituto de Profesorado y la escuela secundaria), y con sus investigaciones históricas, que dieron lugar al memorable ensayo Los coroneles de Mitre editado por Plus Ultra en 1974 y reeditado por Alción (Córdoba) en 2006
El 9 de junio de 1976 la dictadura de Videla lo encarceló junto a otras dos destacadas personalidades de la educación riojana: el Profesor Arturo Ortiz Sosa y el Licenciado Carlos Alberto Lanzilloto, a este último lo uniría un destino común de cautiverio, traslados y penurias por más de tres años hasta obtener –juntos– la libertad vigilada y luego la definitiva a fines de 1980. A esta coincidencia, Mercado Luna se refirió como “hermandad de celda, de causa, de traslado, de resoluciones y de libertades compartidas" (Nota 2)
Entre las cuatro paredes del IRS nació ese canto de amor a la tierra que es La Ciudad de los Naranjos, filtrado hacia “afuera” entre cartas familiares y envíos clandestinos a través de algún guardia piadoso.
Pero sus años de cárcel le inspiraron otros textos de contenido menos grato, más doloroso, como los cuentos “¿Supiste de Juan Carlos?”, “Aquel lejano saco beige” y “El arreo”.
Fueron años duros y de angustia para los presos y sus familias: la sociedad en general, parecía no querer enterarse de la trama secreta de esa otra Argentina que ahogaba gritos en las cárceles y en los campos clandestinos de detención.
El año del Mundial de Fútbol, 1978, Ricardo se encontraba en Sierra Chica y sus familiares realizaban –turnándose para viajar– largos recorridos, llenos de etapas y trasbordos, con el propósito de visitarlo cada fin de semana. Adentro, reinaba la injusticia, lo irracional y la crueldad sin límites; afuera, la gente llenaba las calles con papelitos tirados al aire y muy pronto luciría en sus automóviles absurdas calcomanías que rezaban la leyenda: “Los argentinos somos derechos... y humanos”.
Hombre de política y profundamente democrático recibió –como la gran mayoría de los argentinos– con entusiasmo y esperanza la convocatoria a elecciones en el año 1982. La reapertura de los comités lo encontró adhiriendo desde su inicio a la propuesta de Raúl Alfonsín, que se presentaba clara y contundente en su defensa de las instituciones del pueblo y en la condena a los crímenes de la dictadura.
Retomó sus cátedras y participó –junto a un grupo de profesionales– del proyecto que sentaría las bases de la UTN en La Rioja, dictando clases ad honorem por varios años, hasta lograr que la unidad académica fuese reconocida.
Militó en el Movimiento de Renovación y Cambio y en 1989 fue diputado provincial por el radicalismo, cargo al que renunció en 1991 en cumplimiento de un acuerdo interno.
Después de este breve período en un cargo electivo, no acepto más candidaturas, y su militancia radical se circunscribió a un rol de acompañamiento cada vez menos entusiasta ante la contemplación de lo que él consideraba “pequeñas mezquindades personales” de la dirigencia partidaria, que anteponía intereses particulares a las reales expectativas de los afiliados.
Pero sus convicciones de militante de la vida jamás decayeron. La actividad intelectual fue la trinchera desde donde analizó la realidad de sus días y denunció los procesos históricos recientes que contribuían a la postergación y el estancamiento del pueblo.
Su multifacética actuación fue reconocida en vida a través de varias distinciones (Nota 3) Fue miembro de varias asociaciones, tanto de juristas como de historiadores y escritores (Asociación Argentina de Derecho Constitucional, Asociación de Ciencia Política Argentina, Junta de Historia y Letras de La Rioja, Sociedad Argentina de Historiadores, Junta de Estudios Históricos de Catamarca, S.A.D.E., etc.).
Libros como: Angelelli, Obispo de La Rioja, La Rioja de los Hechos Consumados, Los rostros de la ciudad golpeada y Solitarias Historias del Siglo que nos deja, son un ejemplo claro de su pluma lúcida y combativa, de su puesto de vigía siempre atento en el bando de la “resistencia a los hechos consumados (Nota 4).
Sus reflexiones, investigaciones y posturas frente a diferentes cuestiones de la realidad fueron también expuestas en numerosas conferencias, ponencias en congresos, artículos periodísticos y columnas radiofónicas.
Siempre activo, solía recorrer la ciudad en sus caminatas, que comenzaron siendo una prescripción médica y se transformaron casi en una necesidad espiritual, en un abrazo invisible con su gente. Es que Ricardo amaba profundamente el suelo en que había nacido. Alguna vez adornó su gentilicio con palabras nacidas desde el fondo de su corazón: “... (soy) riojano por nacimiento, por ascendencia, por convicción y compromiso”. Difícilmente podrán olvidar los vecinos de la ciudad de los naranjos su familiar silueta desplazándose por las calles que transitaba a diario.
Pero La Rioja lo llamaba también desde el silencio del campo, desde las áridas tierras de Los Llanos, donde estaba su estancia “La Dormida”, entre Retamal y Portezuelo. Allí supo de la nobleza de los hombres del interior de la provincia, con quienes se sintió hermanado en el eterno padecimiento de los habitantes de las zonas secas, siempre clamando al cielo por una gota de agua. Se dejaba cautivar por el estoicismo de esos seres anónimos y sufridos, muchos de los cuales le inspiraron textos como: “La soledad de Francisco”, “Perros Salvajes” y “Filemón Gómez, ¿existe?”.
Con los años, en “La Dormida”, la galería original con dos habitaciones se había ido ampliando a medida que llegaban más hijos, y luego nietos y más nietos, hasta transformarse en una casa grande como el alma de su dueño, capaz de albergar a todos los que se acercaban a ella.
Hombre de compromisos sólidos y denuncias contundentes, fue también un filántropo de gestos silenciosos: En 1997, al ganar un juicio emprendido contra el estado provincial, decidió destinar la totalidad de esa ganancia a la edición de libros riojanos, y para ello cedió los fondos a la Biblioteca Mariano Moreno (institución de la que era socio desde su época de estudiante secundario y por la que sentía un entrañable afecto) para que llevara a cabo las publicaciones, respetando el destino de los fondos y el cargo de la donación. Así nació la colección que dio en llamarse “La ciudad de los naranjos”, una denominación elegida por la gente de la biblioteca, aludiendo sin nombrarlo al impulsor del proyecto, y respetando su pedido de mantener su nombre en el anonimato.
Una de las últimas preocupaciones del autor de La Rioja de los hechos consumados era el Derecho de Propiedad en América Latina, y la situación de las comunidades indígenas en nuestros días. Se había suscripto a boletines electrónicos que difundían noticias relacionadas con las actividades de estos grupos, y seguía con gran interés casos jurídicos como el del Matrimonio Curiñaco contra Benetton en la Patagonia argentina, con cuyo defensor llegó a intercambiar algunos mails.
La mañana del 13 de abril de 2005 después de su habitual caminata, se sentó frente a la computadora y escribió el capitulo 8 de “La cruz y la espada en tierra indígena”. Decía que éste sería su último libro. La muerte lo sorprendió trabajando. El trabajo quedó inconcluso.
M M L